El miedo es una emoción esencial que acompaña a los seres humanos desde los primeros años de vida. En la infancia, esta reacción natural cumple una función protectora: prepara a los niños para responder ante cualquier posible peligro.
Sin embargo, cuando no se gestiona adecuadamente o está ligado a situaciones recurrentes que generan malestar, se convierte en un obstáculo para su desarrollo emocional y social.
Más allá de ser una simple reacción en los pequeños, es una señal de alerta que debe ser atendida con sensibilidad. Este artículo explora los miedos comunes en niños de 3 a 6 años, sus posibles causas y las estrategias para abordarlos.
A esta edad los chicos suelen enfrentar temores que son, en gran parte, propios de su evolución cognitiva e imaginativa. Los siguientes son los predominantes:
La imaginación activa de esta etapa hace que los pequeños interpreten sombras o sonidos como amenazas.
Un ejemplo de cómo sucede es la pareidolia, un fenómeno psicológico en el que se asocian formas con figuras conocidas y se intensifica en la ausencia de luz.
Influenciados por cuentos o programas, los chicos temen a seres irreales que su mente considera como amenazas reales. Esto les despierta ansiedad, la cual agita su respiración y acelera su corazón poniéndolos en un estado de alerta.
Experimentan asimismo ansiedad al alejarse de sus padres o cuidadores, puesto que, para ellos, la zona de mayor comodidad es junto a sus padres. Separarse significa desprenderse de su seguridad.
También suele pasar que la ansiedad de los padres se transmite a los hijos, pues son estos los que inicialmente muestran mayor apego o desconfianza al alejarse.
Tormentas, fuegos artificiales o aspiradoras ocasionan temor debido a su intensidad y espontaneidad. Es algo no esperado y que activa el sentido de alerta de los pequeños.
Durante esta etapa, comienzan a tener mayor cautela hacia personas o entornos no familiares, principalmente porque no están acostumbrados a situaciones nuevas.
Las causas de los miedos presentados pueden ser muchas y dependen del caso de cada niño, aunque podemos encontrar factores más comunes, que son:
La capacidad de imaginar se amplía, pero todavía no logran distinguir por completo entre la fantasía y la realidad.
Los episodios desagradables, como un susto en la oscuridad, llegan a desencadenar miedos persistentes.
Un ambiente impredecible o estresante incrementa su estrés, el cual aumenta su susceptibilidad.
Algunos chicos son más sensibles por naturaleza, lo que los hace más propensos a temer a más situaciones.
¿Cómo ayudar a tus hijos a superar sus miedos? A continuación, te presentamos algunas de las acciones que como padre o madre puedes realizar y que son recomendadas por psicólogos:
Escuchar y reconocer sus miedos sin minimizarlos les brinda seguridad.
Podrás apoyarlos con mayor facilidad si comprendes de dónde vienen sus temores.
Invítalos constantemente a expresar lo que sienten.
Proporcionar rutinas claras y consistencia en el entorno disminuye la incertidumbre. Recuerda que las vivencias emocionales de su día a día pueden reflejarse en sus sueños. Si estas son estresantes, a menudo se traducirán en pesadillas.
Debes hacerles saber que no hay nada ni nadie que pueda lastimarlos en sus sueños y que en ti siempre encontrarán apoyo.
Dejar que enfrenten sus miedos de forma controlada y progresiva y respetando siempre su ritmo les ayudará a sobreponerse con valentía a cualquier desafío.
Crear historias o juegos donde superan sus temores les permite sentir control sobre la situación.
Respirar es una de las mejores formas de calmar la mente, de concentrarse en el aquí y en el ahora para reducir la ansiedad y concebir que no se encuentran en riesgo.
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Es importante resaltar que, cuando los miedos son persistentes o interfieren de manera significativa en su bienestar, se debe buscar la orientación de profesionales en salud emocional infantil. Psicólogos especializados ofrecen intervenciones adecuadas para acompañar tanto al niño como a su familia en este camino.
Atender las preocupaciones infantiles con empatía y conocimiento favorece su crecimiento personal, autorregulación y resiliencia a la par que fortalece el vínculo entre padres e hijos, lo que sienta las bases para una vida saludable.
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