¿Qué clase de adultos queremos que sean nuestros hijos? Esta es una pregunta crucial que influye en la mayoría de las decisiones que toman los padres en torno a la formación de sus hijos, incluidas las decisiones sobre su educación.
Muchos padres priorizan la proactividad, la responsabilidad y la motivación personal como valores que desean tengan sus hijos en la adultez, pero muchos de los modelos educativos pasados y actuales no se centran en fomentar esos rasgos. Las escuelas que impulsan la autonomía en el aprendizaje, sin embargo, sí lo hacen.
Si miramos en retrospectiva la historia de la pedagogía, inicialmente la educación se enfocó, ante todo, en la socialización comunitaria.
Se cultivaban un cierto conjunto de actitudes, comportamientos y hábitos, pero no había necesidad, y por lo tanto ningún intento, de aportar una justificación para hacerlo, aparte de que dichos valores aseguraban la supervivencia de las comunidades en condiciones adversas con recursos limitados.
Las decisiones individuales casi siempre se sacrificaban con miras al bienestar colectivo, cuyos parámetros generalmente eran determinados por una figura de autoridad.
A lo largo del siglo XIX se modificó ese objetivo de la educación, pero ésta aún se adaptó al bienestar de la sociedad; las escuelas cambiaron su encuadre para producir seres humanos con niveles predecibles de habilidad y niveles controlables de conocimiento.
Este modelo, más o menos, sigue siendo el más común en las escuelas de hoy, donde los estudiantes aprenden con base en una instrucción y una estructura pedagógica que tiende a lo fijo.
Pero si bien podría haber satisfecho las necesidades del pasado, ciertamente está desalineado con lo que los niños necesitan hoy.
Las circunstancias de hoy son diferentes: cada vez más personas tienen acceso a más recursos educativos y la producción se ha mecanizado gradualmente. Por otro lado, el éxito en el mundo globalizado exige que los niños sean capaces de pensar de forma independiente y crítica, y también puedan dar razones de sus elecciones.
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La educación contemporánea está cambiando de propósito una vez más, abocándose a formar individuos que demuestren independencia en su pensamiento y sus acciones, que piensen racionalmente y que tengan la capacidad de participar con una actitud crítica en las sociedades en las que viven.
Y el principal método para lograrlo es a través de una mayor autonomía en la educación y el aprendizaje.
La autonomía de los estudiantes en el aula implica que los alumnos puedan tomar la iniciativa y asumir la responsabilidad de su aprendizaje.
Los padres educados en entornos más tradicionales y estructurados a menudo confunden la autonomía con un exceso de libertad. Sin embargo, en este contexto, por autonomía debe entenderse autodirección, por contraste con ser dirigido o impulsado por factores externos como los maestros o los planes de estudio.
Los estudiantes autónomos son cooperadores competentes en el proceso de aprendizaje y contribuyen a determinar qué aprender, cómo aprenderlo y la velocidad a la que lo llevarán a cabo.
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Bajo este enfoque educativo, los educadores responden a las necesidades únicas de cada alumno variando el contenido, la metodología y el ritmo de la instrucción, lo que permite que cada niño comprenda los mismos conceptos, pero según su capacidad y con su propia motivación como motor.
Esto conlleva un cambio en la experiencia en el aula. Los maestros pueden usar estrategias de aprendizaje autónomo para estimular la reflexión y el estudio individual en entornos grupales de apoyo o mediante dinámicas variadas dentro de grupos reducidos.
En las escuelas centradas en la autonomía, los alumnos toman decisiones basadas en sus gustos y aversiones, y aprenden a justificarlas y debatirlas. Si bien este modelo de completa autonomía funciona para algunos, muchos padres no están dispuestos a ceder el control total sobre cómo aprenden sus hijos.
Otros colegios conservan parte de la estructura de la escolarización tradicional. En ellos, los estudiantes establecen objetivos personalizados en función de sus pasiones e intereses y luego se les brinda autonomía suficiente para descubrir cómo y cuándo alcanzar estos objetivos.
Es importante que administren su tiempo y sus horarios mientras aprovechan los recursos a su disposición y reciben el apoyo de sus maestros. El aprendizaje independiente se da a la par de la guía de un plan fijo de estudios.
En las escuelas que adoptan la autonomía en el aprendizaje, los resultados educativos se reflejan en un mayor sentido de responsabilidad y automotivación entre los alumnos.
Los niños aprenden a tomar decisiones de una forma más independiente al ponerlo en práctica y no sólo siguiendo instrucciones. Este es, quizás, el mayor beneficio de tal enfoque: las habilidades se extienden a su aplicación en todas las dimensiones de la vida: académica, pero también económica, artística, doméstica y social.
Las escuelas siempre pueden agregar más estructura y control, pero ello se traducirá en menos poder y capacidad de decisión para los niños -y para los adultos en los que se convertirán.
Sólo a través de una educación que favorezca la autonomía, tanto el individuo como la sociedad se beneficiarán a largo plazo, permitiendo que ambos realicen plenamente su potencial individual y colectivo.
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En Centro Educativo ECA educamos a nuestros alumnos con base en un modelo constructivista-humanista que fomenta la autonomía en el aprendizaje y conjunta la educación tradicional con el aprendizaje activo.
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